Cumple ardientemente tu papel y entrégate de lleno a la labor en tu propio campo, sin dejarte llevar del ensueño. Tú eres así y no de otra manera. Acepta la vida, pero jamás dudes de tu eficacia en ella. Aleja toda duda inútil, toda idea de imposibilidad que te hayan inculcado. Perfecciónate en aquello que puedes hacer bien y perfecciona el cachito de mundo que te toca trabajar. Vuélcate en tu amor en ese metro cuadrado que ocupa tu existencia. No lo abandones.


domingo, 13 de septiembre de 2009

LA BATA ROSA

«La Bata Rosa»
Joaquín Sorolla (1863 -1923)
Museo Sorolla
Es una de las obras más brillantes y atractivas que realizó en sus años finales. Pintada en 1916, el propio Sorolla estaba entusiasmado del resultado: «Es la obra más importante, de lo mejor que he hecho en mi vida».
Reproduce una sencilla escena veraniega: una joven se despoja de su ropa mojada tras un baño en aguas mediterráneas. Sorolla nos fascina con su dominio en el dificilísimo arte del verismo lumínico. Nadie como él logró captar todas las transparencias, todos los efectos de la luz natural, cualquiera que fuera el momento del día.
La bañista adopta una postura de inspiración helénica. Su pelo delicadamente recogido en la nuca, su figura voluptuosa, la sinuosa túnica que la cubre dejando al descubierto el dorso de los pies, y hasta el mismo altillo a modo de pedestal sobre el que que se yergue, evocan la imagen escultórica de las deidades griegas. A semejanza de ellas, Sorolla adopta el canon de Polícrates, el de las siete cabezas y media. Un elegante guiño clásico, revestido de una deliciosa cotidianeidad.
Por el pequeño resquicio que deja el cañizo en el margen izquierdo del lienzo vemos, levemente, el paisaje que tanto amaba el pintor, el mar. Descubrimos la arena dorada entre las cañas rotas y percibimos la frescura de la brisa que cimbrea el toldo.
La mujer, despreocupadamente, va a quitarse su vestido mojado, con la ayuda de otra sonriente mujer con quien parece tener gran complicidad y que lleva en su brazo ropa seca blanca, un vestido o quizá una sábana. Sorolla consigue que el sol se filtre magistralmente entre las cañas, produciendo unos soberbios efectos de color en el tejido asalmonado.
El conjunto está pintado con pinceladas gruesas y ricos empastes y únicamente el fondo y el cortinaje se perfilan con trazos más ligeros. Sin embargo, el lienzo resulta absolutamente liviano y fluido. Es, sin duda, una obra maestra, un cuadro “vivo”, ante cuya contemplación tenemos la sensación de que la muchacha, de un momento a otro, fuera a girar la cabeza para dirigirse a sus visitantes.
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