Cumple ardientemente tu papel y entrégate de lleno a la labor en tu propio campo, sin dejarte llevar del ensueño. Tú eres así y no de otra manera. Acepta la vida, pero jamás dudes de tu eficacia en ella. Aleja toda duda inútil, toda idea de imposibilidad que te hayan inculcado. Perfecciónate en aquello que puedes hacer bien y perfecciona el cachito de mundo que te toca trabajar. Vuélcate en tu amor en ese metro cuadrado que ocupa tu existencia. No lo abandones.


miércoles, 4 de enero de 2012

Z+AMOR+A

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En la entrada de la Catedral de Zamora, se encuentran dos grandes placas a ambos lados de la puerta principal. En ellas se recogen las palabras que dedicó el Papa Pío XII a los peregrinos zamoranos que habían ido a visitarle en 1956. El breve discurso no sólo habla a la cabeza, sino también al corazón.
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Es evidente que el Papa no fue quien escribió el discurso, pero acertó en elegir a la persona que lo redactó (es de suponer que un español, quizá incluso el propio obispo de la diócesis) quien supo escribir con elegancia, con fe y con pasión.

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La vieja Zamora, colocada como una atalaya a las orillas del Duero y formando parte de aquella cadena de puntos de apoyo que fue durante mucho tiempo frontera de una patria y de una fe, con sus robustos y pesados murallones, con sus callejas tortuosas, con su maravillosa catedral románica, despierta en las almas el recuerdo de un tiempo, cuyas glorias cantaron el Romancero o las rudas estrofas de los cantares de gesta; pero nos recuerda mucho más aquel recio espíritu, acaso un poco seco, pero siempre generoso y consecuente, una de cuyas características más preciadas es la adhesión incondicional a una fe cristiana profundamente vivida.
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Viejas tierras de León y de Castilla, rubias en verano, pardas en otoño y prodigiosamente verdes en primavera. Viejos campos donde siempre ha florecido la piedad sincera, el cristianismo convertido en jugo y vida, la seriedad de las costumbres y un cierto horror por las medias tintas, que más de una vez os han salvado en algún momento difícil.
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Que nunca seáis indignos de vuestros abuelos, los que supieron infundir su aliento heroico en una historia donde esta fe fue uno de los elementos principales.
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De vuestro cielo aprended la limpieza del alma, de vuestra tierra la generosidad austera y de vuestros ríos profundos y caudalosos la profundidad y la riqueza que aquí, en esta Roma de todos, tiene su centro y su fundamento.
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4 de mayo de 1956
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